Amantes de la noche...

Bienvenidos al sitio de la dama de la noche eterna, aquí encontrarán lecturas y poemas dedicados a mi ángel prohibido, un saludo y bienvenidos...


lunes, 9 de agosto de 2010

Sentimientos eternos


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Siempre era igual, siempre lo mismo, muchos años habían pasado y seguía exactamente en el lugar de siempre, en medio de las sombras, de la humedad y del frío. ¿Cuántos años habían pasado? El tiempo se había convertido en un factor insustancial tomando en cuenta que había cosas mucho más importantes por las cuales preocuparme.

¿Preocuparme? Sí… Pues a pesar del trágico desenlace de las cosas, continuaba recordándola, me resultaba inevitable e imposible dejar de pensar un segundo en ella, desde luego que aquello me convertía en un idiota.

¿Qué había sucedido conmigo? ¿Cuándo había dejado de ser el valiente, insensible y poderoso demonio de antaño? Era una vergüenza para el infierno y lo sabía; incluso ahora si hubiera la mínima posibilidad de volver, volvería para morir, después de todo había cometido el mayor pecado conocido en mi mundo. Pero esa posibilidad no existía, no cuando llevaba muchos años aquí, perdido en la nada y sin posibilidades de la deliciosa escapatoria que era la muerte.

Morir me resultaba placentero, no había ningún motivo que me atara al mundo de los demonios y mucho menos al mundo humano, pensar siquiera que teníamos alguna otra elección me resulta plenamente absurdo, así como de absurdo me resultan mis decisiones y las elecciones que tomé y que me trajeron a este podrido presente.

En medio del tedio y la soledad en la que estoy confinado, no me queda más remedio que recordar mi historia, recordar para comprender en qué punto me equivoqué, qué fue lo que hice mal y debo hacerlo desde el principio, debo entender mi pasado para poder hacerle frente a la cruda realidad.

Sólo hay algo de lo que hasta ahora estoy plenamente convencido y seguro: soy un demonio, y estoy en medio de la nada sin poder volver a donde pertenezco, el infierno.

Ese lugar fue creado de aquellos ángeles que por amor propio, tentación y egoísmo, fueron alejándose de la luz y perdiéndose en la oscuridad, así como de aquellos miedos de los seres humanos, de sus dudas, de sus malas acciones; monstruos mejor conocidos como demonios habitan el inframundo.

Describirlos incluso a mí me resulta aterrador, no por que sean criaturas horribles y por las cuales temer, más bien es por el hecho de que son creaciones propias de la humanidad, imaginar siquiera que la fuerza que tienen es dada precisamente por aquellos seres que les temen es de locos.

Pero pese a lo que todos puedan pensar el infierno es un universo lleno de organización y estabilidad; sustentado en el consejo de mayores o mejor conocidos como “los cuatro grandes del inframundo” que son los que se encargan de conservar y educar a las futuras generaciones.

La sociedad demoniaca está dividida en clases, dependiendo de qué tan pura sea tu sangre, de tus parentescos e incluso de tus hazañas, así estamos los demonios de clase alta, principalmente son diablesas y diablos, que son los miedos, dudas y las tentaciones surgidas de conciencia humana, nosotros no tenemos un cuerpo específico, somos más bien un ente, una esencia siendo la parte vital los cuernos, localizados en el centro de toda nuestra presencia y somos los únicos que vivimos en Pandemónium; posteriormente están los demonios de segunda clase siendo las almas de todos aquellos humanos que dañaron a sus semejantes en vida, ellos tienen cuerpos específico de hecho las imágenes que en el mundo humano son difundidas del infierno son lo más parecido a ellos, y por último la tercera clase, quienes se encargan de fomentar a los seres humanos para tentarlos a pecar y también son los soldados de batalla en el ejército infernal; su cuerpo físico es tan parecido al del ser humano que se dan el lujo de rondar y vivir entre ellos.

Yo pertenezco a la primera clase, gracias a que mi madre es Lilith, la madre de los condenados o de los mitad demonio, la única diablesa entre los grandes. Pero mi rango no sólo se debía a los lazos sanguíneos, ya que mis hazañas a pesar de ser pocas eran grandes, por ello mi trabajo en el inframundo era como encargado del ejército, dirigir la guerra que Michael y sus lacayos angelicales constantemente perseguían. Pero aquél puesto originalmente no me pertenecía, ese puesto era de Lucyfer, el hermano mayor de mi madre y uno de los grandes. La verdad jamás me he cuestionado si realmente merecía el lugar que hasta hace pocos años tenía, no, porque en el infierno son muy pocas las reglas que existen y todos podemos ocupar cualquier puesto.

Mi existencia siempre estuvo en duda, ya que mi padre era mitad demonio, y eso me convertía en un demonio impuro. El único que siempre me defendió ante el consejo ganándose por castigo el no convertirse en el rey demonio, fue precisamente mi tío Lucyfer, además de ser quien me enseñó todo lo que sé.

Sus actos siempre me causaron orgullo y respeto, él era mi héroe. Un sinfín de encuentros con los ángeles, su forma de tentar y castigar a los humanos, su facilidad para tomar un cuerpo y transformarse, él era el único del Pandemónium con un cuerpo perfecto y hermoso; su forma de tomar la espada, el arco, las llamas, en fin cualquier arma; su cultura… todas esas cosas son las que me dejó mi tío.
Recuerdo claramente nuestra última pelea… Unos años atrás, fuimos invadidos, por segunda ocasión, por una horda de ángeles deseosos de dar luz. Los malditos irrumpieron en la zona inicial del infierno, no queriéndose adentrar en la oscuridad y conocedores de nuestra debilidad a la luz, iluminaron a los demonios más inexpertos y menos poderosos del lugar; perdíamos batalla y hasta cierto punto lo hicimos, ya que en aquél momento desapareció mi tío.

Aquél hecho me encolerizó tanto que comencé a atacarlos y destruyendo todo a mi paso, entonces ellos decidieron escapar. Aquella noche después de charlar con el consejo de ancianos descubrí el por qué nos derrotaban, desde luego que Michael jamás pierde el tiempo y ahora tenía un arma demasiado fuerte en su poder: La devoradora de pecados.

Su existencia me resultó la cosa más aberrante del universo entero, ¿cómo era posible que un subordinado de baja clase acabara con aquél demonio tan poderoso en un sólo momento? ¿Quién rayos era aquél ángel misterioso? Perder a Lucyfer me convirtió en un demonio desesperado e inútil, ya que en mi afán de venganza había intentado un sinfín de maniobras que únicamente me habían traído como consecuencia el deterioro del ejército y además el incremento del desprecio de los ancianos. Pero no por nada me llamaban el cazador de la luz o el ángel de las sombras, yo acabaría con el arma del cielo y devolvería al infierno su paz y tranquilidad. Aunque fuera lo último que hiciera. Consciente estaba de que esto sólo lo lograría encontrando aquél ángel.